chrix

Na choxoden, jelec, jelec

Déjame surfear cada uno de tus pliegues,

con alas de células y corazón de madero a la deriva,

montarme al viento que forma la intención elástica de tu sonrisa,

que mis plumas criben el látigo sobre  los cauces  de  yemas que me condenan

a ser el culpable de mis asesinas caricias.

Maréame en la danza que tu cuerpo gesticula,

tus brazos extendidos al ritmo de ramas

 estocando de sueños a las nubes,

tensando las nervaduras inocentes de hojas llenas de piel y carne para las

flechas del sol  que en un arañazo tatúan  la espalda del mundo.

Tu boca como queriendo madurar del árbol del beso,

 seduce  en tul a la caída cuando yo soy tierra,

 esperando el descenso, inundado de dulzura

 para sentir el temblor secreto de la  pulpa al azotar

el tímpano de  mi lecho apaisado.

Abriendo mi cruz de sedienta pasión, esperando la gota tras tu grieta.

La lengua de mi pecho se arquea tratando de alcanzar el veneno

de dulzura que salará tu piel para que hidrate el jugo de tu alma,

y así el profanar serán ruegos a todos los trigos, a los girasoles,

para vibrar el aceite y untarte hasta penetrar tus poros con amor y harina

tras el fantasma de la frescura y el sabor que macera tu boca.

Y entonces viviré tan solo del antídoto que propone solo

saber que puedo tenerte en el tósigo de esta vida, cerca pero lejana…