Tus ojos color diamante, mi niña, despiden apenas la diminuta luz de de una luciérnaga o de un lucero, sus rayos, cerca de ti el primero, y muy lejos, en la inmensidad del cielo, la segunda, mi covacha de ermitaño, minúscula también, recibe iluminación suficiente para vencer las sombras y alejar los fantasmas de la noche.
Y es que esa lucecita, mi niña imaginaria llena de mirífico encanto, tiene la eficacia del rayo que se desprende del cielo, en tropel de truenos, la esplendidez del aura que envuelve a las advocaciones dela VirgenMaríay la brillantez del oro pulido por las manos del orífice genial.
Es auténtica esa luz única, mi niña inocente, que en ofrenda prístina de amor total, has traído a mi covacha para que te sienta aunque te encuentres a años luz de mi humilde covacha de sueños, para que sea el alba y el ocaso de mis angustiados días.
¡Cuánta brillantez produce tu minúscula luz, mi niña, en tan pequeño espacio poético!
¡Tanta luminosidad envuelve a mi envejecido cuerpo que parezco de luz!