DOBLE SORPRESA
Transcurría el mes de febrero y las mesas de exámenes funcionaban a pleno. Algunos estudiantes, obtendrían su título magisterial, otros deberíamos esperar nuevas instancias. Se vivían épocas difíciles para la institucionalidad del país, hecho que no toda la población percibía de la misma manera, al igual que los jóvenes estudiantes. Diversas causas hacían que fuera así: edad, la falta de información, condición cultural y social entre las más comunes.
Algunos jóvenes actuaban de manera comprometida, buscando los cambios que llevarían a mejorar fundamentalmente las condiciones de vida de la población; otros, indiferentes o ignorantes de las grandes diferencias socio-económicas existentes y de la lucha que se venía llevando a cabo por líderes políticos y sociales.
Hechos puntuales como la marcha de “los cañeros”, que se detiene en la ciudad, en su paso para la capital, nos acerca algo desconocido e impactante frente a nuestra realidad. Imposible no sensibilizarse frente a éstos, que se movían en familia, con sus niños y mujeres embarazadas, denunciando la explotación a que eran sometidos.
La falta de información quizás fuera una, de las causas más importantes para que la intolerancia y la falta de respeto hacia quienes profesaban otras ideas, se manifestara en actitudes, a veces equivocadas.
Como en todas las épocas, la amistad se fomentaba a través del estudio compartido, las mateadas y las reuniones que se realizaban con motivo de cualquier festejo: cumpleaños, el logro del título, etc. Para estas ocasiones, siempre estaba el compañero cuya casa ofrecía un lugar adecuado, previa consulta con la familia. Según la ocasión y la estación del año, el patio, un garaje, o salón. Allí estudiábamos, jugábamos a las cartas, se hacían tortas fritas para obtener fondos para un viaje, etc.
Durante uno de los exámenes, se conoció la noticia, de que una compañera contraería enlace en dos semanas, por lo que inmediatamente, realizaron la convocatoria para una despedida de soltera, con carácter de sorpresa. La novia en cuestión, concurrió a estudiar a la casa de la compañera, en horas del atardecer como se había acordado; debido al intenso calor. Al llegar encuentra que se había preparado una mesa en el patio, donde vasos y alimentos, denunciaban que allí existía un preparativo festivo.
Este hecho desconocido para ella, hace que intente retirarse, al percibir que no se iba a estudiar y por no habérsele comunicado de este hecho. Las compañeras en complicidad, le comentaron que se festejaba el título de uno de los compañeros y que si no le habían avisado, sólo fue un olvido, por lo que no tenía por qué retirarse A pesar de lo incomodo de la situación, pronto se incorpora a la tarea de preparar los platillos con lo que habían llevado los demás.
Los varones estaban reunidos en el comedor jugando al truco. Las risas y consabidos comentarios, se oían desde el patio. De pronto se escucharon fuertes voces, personas que corrían por el patio en penumbras. Sin aviso se introducen en la cocina que parecía una colmena, ¿qué está pasando? Me pregunto. La sorpresa no me deja reaccionar.
-¿Qué están haciendo?- Es la pregunta que se nos hace.
Mi corazón late cada vez más fuerte, tengo miedo, ¡no!, no alcanza para describirlo, ¡estoy aterrada!
Los hermanos dueños de casa, tratan de hablar
-¡Silencio!- es la orden.
Se hizo un silencio pesado, interminable.
Desde el fondo se oyen voces. Vemos el vislumbre de un farol con que iluminan todo alrededor.
-¡No hay nada!
-¿Quién más está en la casa?
-Mis padres, en el cuarto.
-¡Registren la casa!
Las que estábamos en la cocina, quedamos junto a la mesada, casi pegadas a ella, cuchillo o servilleta en mano.
-¿Tienen los documentos? Cada una busca su cédula. Comprueban los nombres.
En el patio, los varones son sometidos al mismo tratamiento.
Pienso en mi familia. ¡Seguro que si se enteran voy a tener problemas!
-¿Dónde están los paquetes? -¿Qué trajeron en los paquetes?
-Cosas para comer y tomar.
-Es la despedida para la compañera que se casa.
-¿Quién se casa?
-Yo- la voz apenas perceptible y a punto de desmayarme. Es en ese momento, que me entero del real motivo de los preparativos.
-¡Qué sensación indescriptible! Mezcla de emoción, agradecimiento y el miedo.
-¿Tiene como probarlo?
-En el diario, el edicto- dice la compañera dueña de casa.
-¿Tiene uno? ¡Tráigalo!
La espera transcurre en silencio, hasta que llega el diario. Lo toma y lee, corroborando con la cédula.
Da la orden a los uniformados: -¡Retírense! Falsa alarma.
Con voz menos autoritaria pero firme, hace la recomendación: -¡No se olviden que tienen que avisar cuando van a hacer reuniones!.
-Bueno, ¡gracias! Y se oyeron, varias gracias.
-¡Que sea, muy feliz!
-¡Gracias!
Y se retiraron como habían llegado. Los momentos vividos opacaron la alegría de la sorpresa preparada.
Todos comentábamos las sensaciones experimentadas: la sorpresa de la invasión, realizada por las puertas abiertas de par en par, el temor por las armas, tan cercanas al cuerpo, nunca vistas para la mayoría, el tono de quien dirigía el grupo.
Realmente inolvidable, como tampoco fueron los tiempos que les sucedieron.
La risa casi disimulada, delataba el nerviosismo.
Los dueños de casa hacían conjeturas sobre qué vecinos, habrían realizado la denuncia, de que llegaban personas con paquetes, a la casa.
¡Vaya a saber, qué dijeron! ¿Armas? ¿Panfletos?
La verdad, nunca lo supe, sólo sé, que ese día, la única que recibió doble sorpresa, fui yo.
El regreso a casa en silencio, a paso apresurado acompañada por dos compañeros que vivían en el barrio, rogándole a Dios su protección, para no ser interceptados.
Al llegar me despedí casi en silencio, entré y sin decir casi palabra a mis padres, me fui a dormir.
Me reservé el hecho para no preocuparlos. ¡Demasiado tenían con la enfermedad de los abuelos!
A partir de hechos como esos, la vida en las ciudades y pueblos de este país se fue transformando.
La confianza que normalmente inspiraban los vecinos, policías y soldados fue perdiéndose y no se sabía exactamente por qué, ni por quiénes podría verse perjudicada tu libertad o tu vida. Sólo existía la certeza, de que debías mantenerte, lo más lejos y aislado posible, de aquellos que pudieran ser identificados como subversivos, palabra desconocida, pero que causaba temor al escucharla, porque traía consigo, cosas tan terribles como la privación de la libertad, la separación de los hijos, la destitución de los lugares de trabajo, el pasar a integrar listas con letras calificadoras y en el mejor de los casos el exilio, difícil y doloroso.
Más tarde o más temprano nos enterábamos de que habían “visitado” o llevado a un conocido, generalmente en horas de la noche, interrumpiendo el descanso familiar, dejando la casa como si hubiera pasado un terremoto y niños llorando. ¿Qué hizo? Me preguntaba. Generalmente no tenía la respuesta.
Mi reciente maternidad aumentaba mis temores, más que nada por la incertidumbre, que estos hechos me provocaban.
Una y otra vez recordaba la despedida de soltera, donde quizás mi nombre estaría junto a los de los otros compañeros, que ya habían sido interrogados, destituidos o privados de su libertad. Mi conciencia me decía: ¡No hay motivo!, pero el temor estaba en mí. Todos los días ocurrían cosas preocupantes; bibliotecas escolares y liceales eran revueltas, libros y revistas se tomaban como testimonio, de que allí se impartían ideas contrarias a la seguridad nacional. Se llevaban a lugares donde eran quemados, borrando así “el peligro” que causaría la lectura de aquéllos, por pertenecer a autores proscriptos.
De igual manera acontecía con el material discográfico.
¡Ojalá nunca se repitan hechos como aquéllos!
Los más entendidos o que conseguían información a través de amigos, pasaban la lista con los nombres de los autores y ediciones, para que “limpiáramos” nuestras bibliotecas.
Quizás durante la inquisición, no se hayan quemado tantos panfletos y biblias, como libros entonces.
Con mucha frecuencia, se recuerda al director de un liceo de pueblo tan preocupado, que al recibir la lista, hizo hacer un fuego detrás del edificio, donde se quemaron libros de literatura y, hasta de ciencias, ante el asombro de quiénes no comprendíamos ¿por qué? y nos respondía: -Hay que evitar problemas.
Aquel fue un espectáculo dantesco difícil de olvidar, como también lo fue, superar los miedos que se fueron sumando, después de aquel febrero de 1971 cuando recibí la doble sorpresa.
Lentamente los miedos de algunos parecen esfumarse, aunque no desaparecen totalmente.
Hoy existe libertad para expresar las ideas y participar con seguridad en la vida ciudadana, la tolerancia y el respeto luchan por imponerse frente a sus contrarios.
Quizás conocer algo del pasado, les sirva a quiénes hoy construyen su vida, con sus códigos e ideales, para construir una sociedad más tolerante, con menos resentimientos, donde los temores se ahuyenten definitivamente, dando paso a la confianza en el ser humano, sea cual sea, el rol que cumpla en la sociedad.