Corazón frío, distante, cauteloso. Había sufrido demasiado. Tras años de tecnología, logró blindarlo. Todo el día abocado a su corazón le costó el trabajo. En ese estado nada lo conmovía. Luego de unos meses, Abelardo se dio cuenta que no podía vivir sin estímulos. El blindaje era irreversible. Llamó a Honorio, con trayectoria en circos y teatros. Café de por medio, decidieron presentarse juntos. Ahora es su amigo ventrílocuo quien le administra sus emociones.