El Arlequín

AMOR VOLÁTIL.

 

 

Ya no vuelvo ni a susurrar,  las palabras amables del amor; ni del deseo.

Te convertiste hacia mí, en un estrafalario laberinto de espejos e ilusiones atrevidas,

que con el tiempo fui aborreciendo, y renaciendo en la ira de otro extraño sentimiento; pero no del cariño, sino del desprecio, que hoy me desahoga y me libera de ti y para contigo.

Te conozco, siempre supiste bien simular con tu aparente y lastimoso llanto, y con el lujurioso aroma escondido detrás de tus según labios tristes, qué bien sabes plasmar en esa tú indeseable máscara... Mojigata.

Y con cinismo otra vez estas aquí, al igual si fueras defectuosa y silenciosa arquitectura, en tu infidelidad abandonada.

¿Qué quieres de mí?, pues promesas como antes; en ambos, me queda claro, solamente sería fingir, y como de tu calaña no soy, jamás podría yo fabricarte una vida desdichada y nefasta. Y además ya no soy de tu disposición.

De ahora en adelante aprenderás; que en la balanza siempre deberás separar la verdad de tu oficioso proceder en la mentira.  

En el pasado quisiste hilar un entramado, con la propiedad de tu estridente  escándalo y al nada más decir por decir, inútilmente te jactabas de ser mi sombra,

que ahora sin condición alguna y con ánimo de aliento te invito a que  sigas siendo sombra…

pero no mi sombra.

Tonta, desquiciaste la fe que yo tenía en ti, y ahora me resisto a seguir tú juego y te pregunto, ¿qué esperas de mí, y de mi pensamiento? que muere y vive, pero por ti… ya nunca más.

Como cómplice del cataclismo que tú creaste, iluso y falto de malicia caí en la farsa de tu sensual y pegajosa euforia, que bien sabes untar en todo tu cuerpo, y que hoy me asquea.

A tu entera y premeditada voluntad pisaste mi soledad, y mientras; me pudiste haber condenado por confiado, libertino, y  profano, pero no por eso maldecido o antorcha de luz cabalgante con las garras de la infamia.

Como esclavo de tu propio ser, siempre te buscaba ansioso, y no pocas veces hasta con el alma, intenté que como piedra que cae a un pozo, irrescatablemente romper tu orgullo. Pero tu silencio siempre clandestino, se encargó de  guardar en lo más profundo de ese mismo pozo, toda tu hipocresía.

Ahora son otros tus labios rojos, pero son tus labios.

Revoloteas la apetencia descontrolada de tu sexo, elogiando el amor vulgar de tu juventud provocadora.

Y mientras, sigo descubriendo tus verdaderos propósitos,  ante esos, los hostiles espejos que creaste en tu sarcástico e inmoral laberinto; me carcajeo de mí mismo, pero con carcajadas de sorpresa, de mis insomnios que sufrí por ti sobre esa almohada de piedra, de mi capacidad inocente, de mi torpeza, de mi mala suerte de haberte conocido; pero perdóname que insista… de mí mismo.

Hasta nunca, pues cada vez te veo más cercana…

 

Pero a mi olvido.