Al final,
solo la incredulidad.
Mientras las ramas cubrían
la muerte,
se develaba la teatralidad
del movimiento de tu cuerpo.
(La ciudad era –entonces– un éxtasis,
una droga [aparentemente] inocua.
Un vicio sexual
de llamas foráneas,
en donde la inmortalidad
fluía en las cañerías
del desagüe,
mientras nos autoflagelábamos
con la indiferencia).
Era una danza tribal
–a contraluz–
proyectada en la pared.
Sombras de cuerpos inertes
en movimiento.
Tu cuerpo fue mi pecado
más exquisito,
mi cosmovisión del mundo.