No conozco su voz,
y su rostro tan sólo por los trazos
de una fotografía
a través del cristal de la pantalla.
Un fulgor que ilumina cada noche,
como faro en la costa,
mis íntimas renuncias,
que me apremia a ocupar sin dilación
la corona vacante de su alcoba.
La imagino sencilla,
de mirada serena al horizonte,
quién sabe si añorando
el pulso de una patria perdida en el recuerdo.
La adivino preciosa,
dueña de esa belleza relajada
con la que el tiempo acierta a cincelar
sus rosas escogidas.