¿Nunca nuestros labios -los tuyos, bien mío, apetitosa fresa, los míos, secos cual el manantial de mi covacha de sueño en verano- se unirán para la entrega amorosa ideal que nos permita galopar en los briosos caballos de la imaginación hacia mundos edénicos en la búsqueda de ese éxtasis mirífico que sólo los enamorados, como tú y yo, degustan generosamente, estimulados por Baco, hasta caer rendidos en brazos de Morfeo?
¿Nunca nuestros brazos, trémulos de amor exacto, se estrecharán para unir nuestros cuerpos y convertirlos en uno solo, por siempre?
¿Nunca disfrutaremos, bien mío, de esa idílica soledad en la cual nos sumergiremos, como enamorados perfectos y singulares, a las delicias amatorias, sin orillas que nos separen y sin convenciones sociales que nos limiten?
Sé, bien mío, que ese estado idílico de nuestro imaginario romance alegrará algún día real, no poético, nuestras vidas.
Y tú serás mía.
Yo seré tuya.
Nuestro amor, bien mío, romperá esa distancia de las orillas opuestas que limitan absurdamente el goce de ese idilio que nos haces felices.