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Tristeza

Los segundos se soltaron las manos,

y el bisturí del silencio brilló en la frente del sol,

lo que nunca fue amor, hoy se hizo charco,

 besando los pañuelos  de edificios  con espasmos.

Tórrido jugo de volcán sembró el quejido

en mi interior,

mis labios se rajaron en la sequía del  último beso,

detrás de ateridos huesos de sopor,

el adiós apuntó su dedo índice sobre el cielo

de mis ojos y se quebró el cristal rebelde

de una lágrima…

todo fue escenario de una partida.

Traté de deletrear  el álveo que dejaba

tu cabellera,

traté de no marearme en la hamaca de oxígeno

que cimbró mi tembloroso sollozo.

Un corte transversal en la anatomía de la cuidad

descubrió nuestro quiste que crecía entre latidos,

decidió la distancia extirpar toda ala rota de nuestras

desvencijadas almas

y  lacrar  nuestras frentes con el resto

de velas consumidas por nuestros rezos.

Ya no volaremos sobre el genocidio de nuestras células,

tendrán vida propia los cántaros de sudor

que ayer acariciaron un solo mar,  goteando el deseo sobre

el pecho de un rio entre almohadas y blancas sábanas

que tiranizaban el lecho.

Atrás quedó el gemido.

El roce,

 la circunferencia que se hace punta en el deseo.

Atrás tu risa,

tu aroma, entre sombras.

Tallando mi espalda todo lo nuestro… y allí vas tu,

uniendo puntos con pasos rectos

en perfecta matemática sumando distancias

sobre la resta de tantas caricias,

hasta encontrarte con la esquina del olvido… y no ha y adiós

que justifique tanta lluvia… sobre un pobre barco hundido.