Está en un soplo, un rugido, en brusco temblar. De pronto aquí su materia, y en menos de lo que canta un grillo, deja de figurar entre la multitud que se desplaza al unísono, arrastrada por quién sabe cuáles señuelos.
Su nombre, su aspecto, se convertían sin más en la amnesia de las turbas. Difusamente nadie guardó memoria, dábanse a la fuga por la tangente antes de reconocer indicios de algo así de etéreo, difícil de igualar.
A pesar de la dificultad, se consideraba presente contra toda lógica, las vidrieras le devolvían algo brumoso, sonreía para hacerse ver. Ni los perros de la calle salían de sus escondrijos en los basurales, sueltos de collares y cancerberos, para olfatearlo siquiera, y enronquecer dando ladridos frente a lo intangible.
Fatigaba ausencias, borrando a su paso toda huella
Solo infantes saben su estancia, pero jamás lo delatarían