Sara (Bar literario)

De la lluvia y lo inevitable

 

Sucedió lo inevitable, otra vez.

La lluvia era un señuelo. Siempre la lluvia. Pero sabemos que la lluvia siempre ha sido la antesala para vernos usurpados por las mejores cosas.

¿Las mejores cosas? El viñedo en la cabaña vieja de una pintura en sepia.

-Bésame- te supliqué, como si el mundo fuera un origami de silencio atrapado en tus labios.

Tú me besaste y yo lloraba. Lloraba con tanta furia que el remanso de aguas claras, se hizo el charquito tiritante en la conjetura proverbial de mi cabeza, flexionada a la idolatría de tu vaivén en mi primera entrega. Te impregnaste en mí aquella tarde de supersticiones humeando en ramitas de un cedro tejido en la agonía de la hojarasca.

 

¿Qué es lo que somos? Preguntaste

 

Amor, no viste que la lluvia, en la pradera de tus manos, había asfixiado su penúltima gota.

 

 

Ayer, compré una pintura: es un sencillo bodegón de frutos secos.

 

 

¿Lo inevitable?

 

Los puntos suspensivos en una tarde de lluvia…