(para bailar)
Toma mi mano izquierda suavemente
que yo, en alto, tu derecha sostendré tiernamente,
pasando mi brazo por tu cintura
abrazando tu alma, toda entera, con ternura.
Nuestros rostros, sin llegar a tocarse,
apenas un ligera caricia de nuestras mejillas,
cruzarán fugaces brisas de nuestros alientos
y desearán, sin robarlos, esos cálidos besos.
Nuestras cinturas se moverán delicadamente
cual mano que mece una cuna;
cimbrearán como el riachuelo ese delicado cáñamo
que se dobla de izquierda a derecha sin quebrarse
o como el viento que en el desierto dibuja una duna.
Déjate llevar…
por mis brazos que te sostienen y abrazan,
por el ritmo que palpita tu corazón,
por ese viajar por el espacio interior de nuestras almas,
cual pista de baile donde nuestros pies danzan.
Cierra los ojos y
Déjate llevar…
confiada, por el propio ritmo que mueve nuestros pasos
y por mi voz que te susurra, rota, como el saxo,
y dulce y entrañable atraviesa tu alma
con ese íntimo y cálido sonido de violín.
Déjate llevar…
dando esas delicadas vueltas que semejan,
sobre las suaves olas, el balanceo de un bergantín.
Déjate llevar…
por la embriaguez de saberse llevada,
sin prisas, con ternura,
al ritmo de la música del alma
y de quien bien sabes, te ama.
Ese compañero de baile que,
aún pareciendo no estar y con discreto callar,
te es, a cada instante, compañero de viaje,
sol radiante en tu amanecer,
apacible sombra y brisa en el estival mediodía
y, pacificador espíritu, al atardecer, junto al mar.
Déjate llevar…
de pies y de manos,
por la cintura,
con los ojos cerrados,
entre suspiros,
mejillas con mejillas,
y, finalmente,
dados o robados,
por esos sorbos frescos
que son nuestros besos,
corazones, sedientos,
muertos de sed…