Los discursos de las ramas hacían cosquillas
al jinete invisible sobre las plumas, las nervaduras
eran escrituras haciendo libro de hojas que viajaban
el cielo.
Yo te bebía en vaso de nubes y toda herida sangraba
el collar que obra el cuello del sol… y ahí estaba yo,
mitad tronco, mitad raíz.
Para ser árbol, me faltaba la copa llena de tu brebaje,
para ser raíz, me había bebido tantos desiertos que nunca
me alcanzó el diluvio,
pero mi arca pudo sobrevivir a los latidos
de cada ojo que se montó a mi triste navío.
La quería…
simple y silenciosa como la caída de una hoja
era la lagrima tras su despedida.
Hay que ponerle alfombra al dolor de las piedras
en tiempo de rocíos.
Flechas del sol que lastiman puntas de cactus,
para vengarse de la noche…
La quería mas que a mis tristezas, y por eso
todo segundo se ahogó en el bar del lamento.
Donde se quiebran los neones y carteles,
reservé una mesa para soñar las oscuridades
que me salvan de las sombras.
Y entonces, se oye el murmullo de mis prendas
que extrañan el crimen de haberse sentido huérfanas,
para el algodón dactilar de tus caricias eternas,
que hoy culminan dando batalla a una banal guerra,
donde mi alma se flagela con la fusta
Imantada que talla heridas en mi propia espalda.
Porque el acero vestido de tu amor me quedó clavado
muy adentro,
porque no encuentro respuestas en el deambular
mareado de mis pasos,
ni en los ojos atónito del tiempo que
limpian los vidrios antes de quebrarlos, para masticar
sus trizas…
Así el jinete ensilló su cruz para cabalgar las plegarias
y se montó a la aérea caída al cielo de su triste despedida.