chrix

El jinete

Los discursos de las ramas hacían cosquillas

al jinete invisible sobre las plumas, las nervaduras

eran  escrituras haciendo libro de hojas que viajaban

el cielo.

Yo te bebía en vaso de nubes y toda herida sangraba

el collar que  obra el cuello del sol… y ahí estaba yo,

mitad tronco, mitad raíz.

Para ser árbol, me faltaba la copa llena de tu brebaje,

para ser raíz, me había bebido tantos desiertos que nunca

me alcanzó el diluvio,

pero mi arca pudo sobrevivir a los latidos

de cada ojo que se montó a mi triste navío.

La quería…

simple y silenciosa como la caída de una hoja

era la lagrima tras su despedida.

Hay que ponerle alfombra al dolor de las piedras

en tiempo de rocíos.

Flechas del sol que lastiman puntas  de cactus,

para vengarse de la noche…

La quería mas que a mis tristezas, y por eso

todo segundo se ahogó  en el bar del lamento.

Donde se quiebran los neones y carteles,

reservé una mesa para soñar las oscuridades

que me salvan de las sombras.

Y entonces,  se oye el murmullo de mis prendas

que extrañan el crimen de haberse sentido huérfanas,

para el algodón dactilar de tus caricias eternas,

que hoy culminan dando batalla a una banal guerra,

donde mi alma se flagela con la fusta

Imantada que talla heridas en mi propia espalda.

Porque el acero vestido de tu amor me quedó clavado

muy adentro,

porque no encuentro respuestas en el deambular

mareado de mis pasos,

ni en los ojos atónito del tiempo que

limpian los vidrios antes de quebrarlos, para masticar

sus trizas…

Así el jinete ensilló su cruz para cabalgar las plegarias

y se montó a la aérea caída al cielo de su triste despedida.