Su mano le tomabas solamente
cuando la codiciabas
ceñida entre tus brazos.
La besabas humilde en la mejilla
cuando morías por arrebatarle
la tan prohibida miel
de sus labios perfectos.
Le contabas minucias
cuando por nada te atrevías
a obsequiarle el oído
con los versos de amor
más sinceros del mundo.
La llamabas amiga, sí, amiga,
y por poder llamarla
amor mío, la vida hubieras dado.