Hugo Emilio Ocanto

Llegaste a mi vida ( Poema)

Pienso que siempre

he estado esperándote.

He tenido momentos

muy tristes en mi vida.

Aparte de haber sido

toda mi vida pobre...

la inundación que hace

unos años hubo en mi ciudad,

arrasó con todo lo que teníamos.

No quedó nada en mi pobre

ranchito de barro.

Las aguas se llevaron todo,

todo, hasta mi hijo y mi esposa.

Quedaron sepultados

bajo las aguas, y nadie

pudo salvarlos.

A mí, tuvieron que internarme

porque un poste telefónico

cayó sobre mi cuerpo.

Estuve casi un mes internado.

Cuando salí, ya recuperado,

llegué aquí, a este lugar...

desconocido para este pobre

tipo que no sabía dónde iba a parar.

Toda la tragedia de la inundación,

quedó grabada en mis ojos

y en mi corazón.

No tenía voluntad de sobrevivir.

Al llegar aquí, hacía muchísimos años

que no visitaba una capilla.

Entré en la primera

que encontré en el camino.

Camino de tierra,

recalentada por el ardiente

sol de la tarde veraniega.

Entré, todo transpirado,

sucio y hambriento.

El hambre y la suciedad

no las tuve en cuenta.

No me importaban.

Sí me interesaba estar allí,

en ese sagrado lugar,

humilde, como yo.

Me senté, delante del altar.

Me puse a rezar, lo poco que sabía...

Desde la muerte de mi familia,

no había llorado.

Pero esa tarde, no pude aguantar

mi llanto, y lloré tanto...

hasta mi última lágrima.

Allí me encontraba seguro,

protegido... no se por qué.

Fue una extraña sensación...

que no sabría explicar...

Alguien tocó mi hombro,

levanté la vista,

y me dio la sensación

de haber visto el rostro de María,

la madre de Jesús...

Te sentaste a mi lado,

y me tomaste de la mano, apretándomela,

fuertemente, como no queriendo

desprenderte nunca de ella.

Yo me quedé mirándote sorprendido.

Como yo, tenías lágrimas en los ojos,

los cuales me miraban con amor...

hacía más de un mes que una mujer

no me miraba así... con tanto amor...

teníamos nuestras manos unidas,

como si nos conociésemos

de toda la vida...

y allí mismo, me contaste tu breve

y triste historia...

hacía poco más de un año,

en un trágico accidente de ómnibus,

que chocó con otro,

murió tu esposo y tu hijo.

Interiormente yo me decía:

"No puede ser. Ella también como yo,

perdió a sus seres amados"...

Coincidencias de la vida...

Me pediste disculpa por tu actitud

de tomar así mi mano,

diciéndome que del alma

te salió hacerlo, y lo hiciste,

porque me necesitabas.

Porque tu corazón te anunció

que de mí te habías enamorado.

Me habías visto entrar,

me seguiste, y comprendiste mi llanto,

que también había sido el tuyo.

Nuestras tristezas y nuestras lágrimas,

se habían conectado en una similar

desgracia.

Me confesaste que te atreviste

a lo que hiciste, porque

tenías el presentimiento

de qué era lo que me sucedía.

Yo entendí tu comprensión.

Permití tomaras mi mano

en esa forma tan desesperada

y humanitaria...y me dejé estar...

el contacto de tu mano en la mía,

creo que la estuve esperando...

sin saber que llegaría, como llegó...

Tú te habías enamorado de mí,

antes de que entrase en la capilla,

y yo me enamoré de ti,

cuando te miré a los ojos, con lágrimas...

así llegaste a mi vida...

Mi triste agonía solitaria,

duró un corto tiempo,

antes de conocerte...

porque al conocerte en la forma

y el lugar que nos encontrábamos,

fue realmente, una bendición del Señor...

me recordaste rezar el Credo...

lo rezamos juntos...

y nos prometimos casarnos en poco tiempo.

Para qué esperar, nos dijimos...

hicimos una prolongada pausa...

cada uno hacíamos nuestro rezo individual...

cerré mis ojos, junté mis manos,

y agradecí a Jesús me enviase a ti

a mi lado... te necesitaba...

me buscaste, me encontraste...

Tomé tu mano. Nos dirigimos caminando 

hacia la salida, con nuestras manos unidas...

hacia una nueva vida...

Todos los derechos reservados del autor(Hugo Emilio Ocanto - 18/04/2013)