Día por vez,
hora por día,
segundo por hora,
se torna gris la vida.
Se mecanizan mis pasos,
se adorna el asfalto,
se vuelve matemática la respiración.
Estas palabras es de repetir con cada gesto
todos los días,
de levantarse día a día con el desayuno ya pensado,
con la lluvia ya prevista.
Darle la vuelta a la ciudad tan básico como lo hace el planeta
al sol, acostarse con el peso del día,
esperando el mismo ciclo sin la prisa que me aflija.
Visitar a tu hermana los fines de semana,
decirle que no envejece cada año, sin prisa.
Y es que arden las manecillas, no sé si más que mis manos,
que quisieran caminar, voltear el mundo y devolver y no cambiar.
Conmemorar aniversarios, felicitar año por año y planear consejos que nunca cumpliremos.
Qué no hay manzanas, que no hay justicia, que el puente está quebrado, que no hay vida.
Que no te amó, que no me amaste y que te sigo amando, que el frío ya no da de día y que cupido es un cobarde.
Y es que no sé vivir los amores que se escriben, menos escribir los que vivo.
Lograr un monosílabo aún cuando estoy hablando, ya es algo trascendental y me acostumbro, día a día, a las horas que no conformo con estar.