¿Me seguirías queriendo, bien mío, si en vez de una rosa te entregara una antipática espina?
¿Dejarías tu palacio, bien mío, y todo tu reino, para espantar la soledad de mi covacha de ermitaño?
¿Me ofrecerías tus labios de fresa, bien mío, para que disfrute su dulzura de miel silvestre, aunque los míos estén llagados?
¿Dejarías, bien mío, que repose plácidamente mi cuerpo mugriento en tu regazo acogedor, pletórico de finos perfumes?
¿Cuándo parta, bien mío, hacia destinos inciertos, esperarías pacientemente mi regreso tejiendo sueños, como Penélope a Ulises?
¡Qué de locuras, bien mío, se me ocurren!
Locuras de poeta.
Jardín moribundo por falta de amoroso cuidado.
Ideas inútilmente desperdiciadas.
Musa sin poeta capaz de oír sus reclamos de liberación.
Bien mío cómodamente aposentada en todo mi cuerpo.
Mar esperando la llegada del río para devorarlo.