Me duele la llama que se entierra
en mis uñas de tanto arañar el fuego.
Tantos rezos , que el rosario se cuela en
las falanges de mis sueños, atado a súplicas,
con la cuerda en el cuello de mi realidad y un vacío
que asusta, proponiendo dar el paso.
Soy un pedazo de tierra a punto de ocurrir,
me duelen esas cruces que la vida clava en mi espalda,
me duelen los poros abiertos a una primavera donde
florecen inviernos, sobre mis manos agostadas,
el crujir de hojas suicidas arrullan el árbol despoblado de clorofila,
con los cuervos del fuego diciéndole al oído, en voz baja,
como un odioso secreto…¡Cede! Llora todas tus hojas y sueña
con el calor, olvida esas brizas y cantos de pájaro,
olvida esas raíces que tiranizaban entre costillas
y orbe de lombrices ahogadas en sangre,
olvida la cruz de la tierra, su clavícula sosteniendo un abrazo,
su músculo débil lleno de agua preparado para la estocada
donde el edificio de vida clavará los cimientos y brotará la vida.
Olvida… para seguir, solo olvida.
Soy un pedazo de tierra a punto de ocurrir,
conozco la sed de esas raíces, pero no las entiendo,
ni tampoco descifré porque huyen del sol,
a veces pienso, parodian mi vida.
¡Será que también a ellas le duele un cielo celeste!.
El aire fresco, el sabor de la pulpa frutal de un beso.
A veces veo un teatro, la tierra cuadrada de mi habitación
la humedad de mis paredes, y el árbol de lo que fui,
atravesado por el invierno del fracaso,
ya he llorado todas mis hojas … cambiaré corazón
por calor y en cenizas de olvido al viento cabalgaré,
soñando paraísos sobre el ocaso.