Josefina 46

EL RUISEÑOR

 Un día un ruiseñor

me sorprendió paseando,

bajo en vuelo rasante

posándose a mi lado.

 

Me detuve sobresaltada,

me acerqué con sigilo, casi ni respiraba

y aunque el sol me daba en la cara

pude ver una de sus alas ensangrentada.

 

Lo acuné entre mis manos

sin poder evitar las lágrimas,

¿qué podía hacer para remediar

el dolor de su pequeña alma?

 

Me senté en un ribazo,

el ruiseñor fijamente me miraba,

parecía tener en mi confianza

pero su cuerpecillo temblaba.

 

Saqué el pañuelo con premura

y en él con cuidado lo envolví,

parecía un poco más tranquilo

pero sus ojos seguían fijos en mi.

 

El camino de regreso

me pareció una eternidad,

¡me urgía curar al pequeño herido,

aquel ruiseñor de vivo colorido!

 

¡No temas, seguirás dando conciertos,

sobre todo por las noches,

el canto del ruiseñor

jamás esconde reproches!

 

Y muy pronto consiguió

sanar y remontar el vuelo

y contemplé con melancolía

como se perdía en el cielo.

 

¡Adiós, bello ruiseñor!,

¡tú eres música y poesía!

¡vuela con entera livertad

hasta algún recóndito lugar

perdido en la lejanía!

 

¡Ay! quien pudiera como tú

recuperar en la vida el rumbo perdido

y aprender de los errores cometidos.

 

Fina