Un tiempo sin presente ni pasado,
sin memoria, sin dolores,
sin ofensas ni agravios,
sin rencores que inquieten
aquello que unos niegan
y otros presumen que es eterno.
Donde no haya soledades
ni tinieblas, ni sed, y el hambre,
quede saciada antes de causar
la sensación de vacío que la recuerde.
Un espacio lo más parecido al útero,
y todo evoca amor y plenitud y paz.
Un tiempo y un lugar donde
ya no existen los sueños porque solo
existe lo que verdaderamente es.
Donde no haya pretexto para sentir
aquello que es sórdido y fúnebre.
Ni frío o calor. Un tiempo donde
las palabras y los conceptos dejen
de existir y sea placentero permanecer.
Donde las sombras dejan de ser
porque todo está inmerso
en una esfera infinita de luz
que todo lo envuelve,
en lugar de alumbrar desde
un punto del espacio.
Un tiempo y un lugar
donde el ser y el estar definen existir.
Y finalmente se encuentran sin que
medie entre los dos el mínimo espacio
ni duda ni tiempo verbal que los separe.
Donde todo es pleno y perfecto.
Donde no importe qué hiciste y qué no.
Quien fuiste o dejaste de ser,
porque ya eres parte del todo, porque:
¡Al fin has regresado!