Ella se fué a acostar, pasadas las doce como siempre. Echó su cabello al costado de su hombro y dejó caer sus sienes sobre la almohada. Pensó, como todos los días aquel recuerdo y cerró los ojos para dormir con su nombre en la memoria.
De pronto un olor inesperado en el ambiente hizo que súbitamente abriera los parpados... - ¡Huele a gardenias! - pensó, y entonces el recuerdo de aquel ramito de gardenias con una rosa roja al centro invadió su mente. Ese delicado olor inundó su olfato por varios minutos y lo respiró una y otra vez solo para darse cuenta que no era su imaginación.
La atrapó el perfume de las delicadas flores blancas y la añoranza fulminó su pecho. Llegaron los recuerdos de aquel día en que el caballero la espero en aquella puerta muy temprano en la mañana, el cómo cruzó con él unas palabras, una sonrisa y de su mano le brindó aquellas florecillas perfumadas. Él ni siquiera sabía que esas flores y su perfume eran sus favoritas.¨
Él partió en un viaje sin retorno y el ramito de gardenias se quedó en un vaso de cristal al lado del buró junto a la cabecera de la cama donde ella dormía, durante una semana aspiró la dulce fragancia y sin que él supiese nada, ella se embriagó cada día del ramito de gardenias nombrándolo, diciéndole siempre aquel par de palabras.
Lo que resulta sumamente extraño es que anoche no había flor alguna en la recámara.