¡Oh, libros míos, cuánto los amo!
Amor de primavera y amor de otoño.
Amor de siempre.
Compañeros de mis viajes, nada exigentes.
Tolerantes, sabios, leales.
A ustedes, libros entrañables, les debo la luz que hoy transita, tan cómoda en mi covacha de sueños, luego de desterrar las sombras.
Mis primeros viajes, en alas de la imaginación, fueron en
sus naves de papel y tinta.
Mis primeras lágrimas, sin el azote inmisericorde,
brotaron al acorde de lecturas desordenadas.
¡Ríos de inocentes lágrimas brotaron de mis jóvenes ojos con la muerte de María, Aura o las violetas y Amalia!
¡Ríos de lágrimas tiñeron de tristeza mi rostro ya en la adultez con la muerte de Platero, confidente de Juan Ramón Jiménez, “pequeño, peludo, suave, tan blando por
dentro como si fuera de algodón, que no tuviera huesos”!
Con Las mil y una noches viajé en veloces alfombras mágicas hacia lugares de extraordinaria belleza y disfruté de las danzas de fantásticas bailarines.
¡Oh, divina Scherazade, que maravillaste los primeros años
de mi angustiaste vida!
¡Oh, divina Sherazade que salvaste tu propia
vida con sublimes cuentos!
¡Oh, libros míos, amorosos, escudos contra el tedio,
Ventanas de la sabiduría!.
Luz en mis sombras.
¡Terror de los tiranos!