Comenzando por la mañana,
dispuesta a morir como en todas las jornadas.
Abro mi puerta, desesperanza, cansada de la rutina, del disfraz, del ir y venir de la monotonía
Me atrevo suplicante a ver el cielo, al que nunca jamás miran los ciegos
Y mira... es el gran cristal, completo...
Allí está, indiferente, despilfarrando belleza, lejos de la mediocridad, en su pequeño lapso de inmortalidad.