Sólo tú, bien mío, conoces las penas y dolores que consumen cada porción de mi cuerpo avejentado con filosos cuchillos.
Porque de ti he recibido el consuelo reconfortante para que la desesperación no me consuma, el fuego de mis tantas derrotas no me dobleguen y venzan mis fuerzas para continuar la lucha y las sombras no opaquen con su negrura mis milenarios y estrechos caminos.
Han sido tu gracia, tu ternura y tu fe en mi para vencer todos los demonios y fantasmas que me agobian y debilitan, las que mantienen jóvenes mis ideales de libertad, acrecentados con cada alba que gozo, mi seguridad de que las sombras no vencerán las luces de la sabiduría y mi amor por los débiles, atropellados impunemente en las satrapías.
¡Oh, bien mío, cuán afortunado soy contigo!
Sí, estás en la otra orilla.
No estás conmigo en tiempo real.
¿Acaso nuestra capacidad de imaginación no nos mantienen cercanos?