La corriente de un vacío burbujeante me arrastra
un recuerdo se arrastra por mi dermis homicida
el deseo de terminar con estos días; alógenos intermitentes
Me bebo del tiempo para que el mañana me transpire,
la sed del poema es un desierto que cruza mi alma,
mi alma se recuesta en la memoria del mar.
Caracolas me rondan los miedos,
atemorizan la risa de una nube
que se posa sobre mi faz.
Sucumbe la razón de un niño suicida
-postrado -
en el altar de la profundidad.
Y como un eco, el miedo me llama,
despertando su abismo de la ruina del espejo.
El niño se mece el bosque,
cuelga su rostro en el trapecio del viento.
La lira se levanta,
el cielo es un bodegón de mimos etéreos.
Jugaba la soledad de mis días,
con las estrías de la cinta que sujeta la parca;
es mi vida la que pende de su misericordia,
la dulzura de su voz calma mis angustias;
me devuelve la insensibilidad confortable.
Le enseñamos a la soledad a tejer su nombre
en la silueta púrpura de una canción verde.
La voz es un sarcófago de dudas,
tú acoges una de ellas,
le inventas una pena, condenas a tu salvación
-por los días de los días-
Murmulla la señora esperanza,
alabanzas impregnadas de pesar,
grita su vientre frente a un muro de piedra;
ensordece la noche,
nubla el día y su pálida mano,
me acaricia las entrañas
Le dimos una oración a los hijos de su féretro,
ellos aprendieron el viacrucis del errante
que sodomizó su penitencia.
Su negra sangre me ama,
su negra sangre se aprende mi muerte
y en la vida la gangrena.
¿Entendiste la ironía?
Preguntaba la puta más barata del burdel de mi memoria,
mientras sus labios manoseaban las cerezas de mi pecho.
Ella tan inocente con su voz de ángel;
bebiendo del cáliz fálico de mis sentimientos.
Todo se hizo penumbras, en las sesiones
fuera de mi tumba.
La orgía de olvidos se levanta,
del orgasmo masoquista que se niega a mi pasado.
Ven, sombra del libro inverso,
vierte tu sabia en mí y revela el clímax del cuarto alterno.
Puedes verles: ella se abre al infierno
y un títere de versos la penetra en el encierro.
Una cárcel que bautizamos: poema del viento.
Reconociendo las sangrientas letras de tu nombre,
dibujado sobre mi vergüenza moribunda;
coloco las migajas que tu deseo seguirá hasta mi guarida.
Camina, pequeña nínfula de mis hervores...
atiende el reclamo de mi orgullo malgastado
y recicla mis ganas de tu sal
con la dulce voz del extravío.
Extravía tu camino y no te detengas
hasta haberme perdido.
Encuentra el mural de mi boca y descose de ella,
la rima de tu comienzo.
Abre mi deseo y deleita su herida
con la espuma escarlata de una botella peregrinando
en el crucifijo del tiempo.
No te detengas hasta caer mi cuna
en la pared corroída por el primer sortilegio.
Es el calvario que renace, proporciona todo deseo a mi paso:
Bebida, comida y compañía.
Si aceptas la profundidad como tu salida,
las huellas erradas de tus pasos
como guía inequívoca
y una oración de miedo aligerando tu saliva ausente.
¿Es que podrás o es que puedes?
Puedo: la corriente del vacío me arrastra hasta su infierno.
Poema llorando a su mensajero