Era un incendio
de estrella fugaz
sobre la ciudad.
Mis brazos temblaban
como vapor inestable.
Quise poner
sobre el fuego
de cristal brillante
mi dedos tartamudos
para acariciar
la cara.
Pero no podía;
estaba paralizada
como unos pies
devorados
por la orilla.
La llama se extendía
y se extendía,
y se enredaba en mi pelo
desde un extremo
y reguardaba
mis mejillas
desde el otro.
Yo solo supe
cerrar los ojos
y preguntarme
con pulso nervioso
cuándo iba a quebrarme,
a pesar
de que este beso fugaz
solo durase
unos pocos segundos...