De sepulcro es tu silencio,
mi alma taladra infamemente,
te fuiste dejando póstumo regalo:
una carta y un adiós inexplicable,
fue daga envenenada al corazón
que impunemente, alevosamente,
fue desangrando la ilusión.
Nunca más tu voz me acarició,
y se eclipsó tu mirada para mi,
comprendí muy a mi pesar
que jamás habrías de volver,
que infortunadamente te perdí,
que mi amor, mi grande amor
no te podría nunca convencer.
Pero hay algo que tu debes saber:
me dejaste preñado el corazón
de un amor que no ha de sucumbir
ni a la ausencia ni al silencio,
que se duele sin tu presencia
pero que se fortalece a sabiendas
que hay amor en tu alma y tu conciencia.