Estimado señor…
No tengo palabras en mi boca,
que traduzcan letras hermosas.
No tengo huertos sembrados
con ayuda de un condenado.
No conozco tus pasos,
que me lleven directo a tu casa.
No he tendido la mano,
al enemigo verlo cruzar.
Me escondí de tus marchas,
cuando tus sombras vinieron a
confesar.
Solo te cuento,
que he decido empezar.
A predicar tus mensajes,
a tus fieles soldados.
A escribir con verdades
nuevas vivencias,
sin mentiras en mis labios,
ni golpes en los versos.
A regalar una sonrisa
como el cuadro de la Monalisa.
A sembrar las semillas,
que brotan de tu sabiduría
y a esperar el momento
de recoger tus promesas.