¡Cuán húmedos tus labios, bien mío!
La sequedad desértica de los míos no obra el prodigio de deshumedecerlos.
¡Tan húmedos están tus labios!
¡Tan áridos están mis labios!
Ni los tuyos logran humedecer los míos.
Ni los míos logran secar los tuyos.
Tus labios parecen el manantial prístino de mi covacha ignota, que por más agua que extraigo de su vientre con mi cántaro de barro, siempre permanece lleno.
Mis labios parecen de fuego volcánico, inmutable al agua de lluvia que no logra disminuir su ímpetu.
No parecen de carne mis labios.
La humedad de tus labios no cesa con el huracán de mis besos.
Tus labios son húmedos, bien mío, para que beba de ella, hasta el éxtasis, el néctar de un amor que no se apaga como el sol cuando es arropado por la noche.
La humedad de tus labios, bien mío, la gozo cual si fuera el rocío que queda atrapado entre los flores o cual la tierra que besa la lluvia al caer.