La frescura de sus años
trae a mi ahora
mediana existencia
rezagos inermes
de la emoción
descubierta
en el primer romance,
que no los puedo evitar.
Su corta edad
todavía no termina
de dibujar
su cuerpo,
y esa fragilidad
de su piel
pone en bilo
el deseo de ser
y sentirse mujer,
e inspira ternura
y temor a la vez
de romper ese encanto
de cristal
que la deidad
sembró en ella,
que aún falta brotar.
Por eso,
por ella
solo puedo desear:
Que no se rompan
sus labios
de azucena
Si los míos
consumasen
el delito de arrancarles
un encarnado beso.
Que no se quiebren
sus manos
si las mías osasen
tocarlas
y entrelacen
sus flecos
con calor,
fuerza
y cuidado.
Que no se apague
la luz
de sus transparencias
si no puede
desterrarme
de su pensamiento,
por ser ajeno.
Que no desmaye
su ilusión
en su intento
de vivir
a anchas
su amor cristalino,
si mi presencia
volviera turbia
su pureza.
Que no pierda
su encanto
de ser niña,
si el deseo
la arrastrase
abruptamente
a ser mujer
y madre.
Que no acabe
su sonrisa
ni los años
de su existencia
que será
una razón más
para venerar
la belleza,
el amor,
la vida.