Ella, incada frente al atrío de la iglesía
donde acude cuando siente fiera su tristeza,
pide a Dios por ese amor,
y le habla, a él le cuenta,
es el único que sabe
lo que eterno guardará el corazón.
- Señor, no soy nada,
ni siquiera tengo derecho de estar frente a tí,
tú sabes lo que llevo dentro,
certera sabes mi verdad,
y el gran dolor que guardo interno.
Pido que le des felicidad,
que le vuelvas alegría sus penas,
que le protejas y alejes todo mal.
No le deseo ninguna maldad,
quiero, desde el fondo de mi alma
toda su tranquilidad,
que le otorgues el amor que necesita,
y que le acompañes en todo lugar.
Siempre, siempre a él, Señor. -
En tanto pidió por sus otras preocupaciones,
cerró los ojos y elevó un Padre Nuestro,
un Ave María y de sus ojos el llanto brotó...