Una canción nacida de una la orquesta
de barretas, picos y lampillas;
el trinar de jilgueros que en gran fiesta
alegran el paisaje y dan vida.
Mas cuando el cielo anuncia una tormenta
oscuras nubes luchan con le viento
y como resultado de esta batalla cruenta
la centella ilumina el firmamento
Es castigo divino y bendición a la vez
los estruendos, presagio que del cielo
caerá agua fresca para aplacar la sed
de la reseca pampa, del sediento labriego.
S e detiene la yunta en medio surco
presurosos acuden a la cueva,
el arca solitaria y buen refugio
estancia natural fiel compañera.
Mientras el cielo escupe agua a chorros
sonríen orgullosos los labriegos,
chacchan felices su delicioso bolo,
sacuden sus hojotas, y sombreros.
Desciende el aguacero cual saetas,
que al caer se convierte en aguas bravas
arrasando las tiernas sementeras
y turbulentas veo las quebradas.
La iracunda borrasca ya depreda,
bajo la oscuridad de la neblina.
Se desangra la piel, la madre tierra,
y llora el eucalipto en la colina.
Jorobado el borrico junto al cerco
de piedras alfombrado por ortigas;
tiritando el caballo indefenso
zarandea el hocico y relincha.
Calma la tempestad es claro el cielo,
cual guerreros vuelven a la contienda,
cúbrense el lomo con desteñidos ponchos viejos
y sombreros mohosos la cabeza.
Y cuando el sol se esconde tras la esfera
satisfechos regresan los labriegos,
una vetusta choza los espera,
el calor del fogón les dará abrigo .
Una redonda piedra es su mesa,
chuño, mashuas y cancha su alimento,
el frío atardecer es su tristeza
y el amor de su chola su contento.
Se repite incansable cada día
allá en los fríos andes la función
donde la quena llora su melodía
donde el silencio reza su oración
Entre el fango y el frío sobrevive
saboreando sus derrotas y sus glorias,
y en la agreste montaña éllos escriben
con gotas de sudor la gran historia.