Subo por una calle larga
de historias y angustias
luego por otra
donde maduran los mendigos
que nos condenan
a suplicios presentes y futuros:
“una limosna por amor a Dios”
Muchos de ellos
Tienen guitarras mendigas
roncas y lloronas
el escalofrío de sus cuerdas
perturban las mismas rocas
flautas hay a veces
de caña o de madera
por cuyos vacíos discurre
el pentagrama helado del indio.
Otras calles hay
pobladas por legumbres
que ruedan sus colores por el suelo.
Menudas mujeres
Se agitan y disputan:
-“Lleve los tomates,
lleve la lechuga…
“uno más por treinta sucres”
Y así por mucho tiempo
transitan las almas
y las vidas
las nubes y la luna.
A mi lado pasan
hombres de otras edades
distintas narices
frentes muy distintas
algunas de ellas miro
surcadas por pesares
grandes y oscuros.
Por la noche
algunos buscan
la paz en escondrijos
de luces no muy claras.
Otros los hay por
por las mañanas
que entran en las piedras
labradas y talladas
de una iglesia helada
y solo porque les gusta
hacer lo que no entienden
y solo por beber
el misticismo de cada mañana.
Y así por mucho tiempo
pasan y transitan
las almas y la vida
las nubes y la luna.
Desfilan muchas casas
muy cerca y a mi lado
con grandes ojos claros
mirando sus letargos.
Pasan las paredes
de yeso abotonados
los portillos y portales
los unos hondos
los otros de triste madera.
Y ahora que estoy bajando
hasta la Plaza Grande
siento como si hubiera rodado
Como una onda de aire
salvando los tejados
donde aún duermen
acurrucados
una constelación de silencios.
Vieja plaza:
donde los viejos
junto a sus sombreros
esperan su segunda muerte
donde hay vertederos de piedra
que parecen cansadas
de escupir la misma agua.