En el silencio de la tarde otea la esperanza
el vergel de mi jardín que ayer era esmeralda,
se ha convertido en rocío de hojas otoñales
que en decadencia pura, caen verticales…
Pasadas las primaveras que alegrías nos regalaron,
la tierra fértil y tu sonrisa escondida tras los olivos,
el acero de tu pisada sobre mi memoria aturdida
se consume como montaña en el aliento de Dios...
Y desplomé el silencio del mutismo de mis ojos
y dejé el cansancio de mis suspiros agotados,
miré el pasado precipitarse en el sendero
y de mis ojos estériles difuminé su esbozo…
Cenizas negras cubren mi senda; todos los caminos,
la voluntad de un mendigo se vacía como la botella
y de sus manos mi suerte y tu presencia conjuran,
se desespera la esperanza y la fe naufraga desolada...
Impacientada la tarde y en susurro nocturno
busco mis sueños guardados en el bolsillo,
culminadas las ansias, de este pecho dilatado
la impotencia grotesca empalma mi cuello.
Ahora frente a los restos de un mar estéril
mis pies se sumergen en la hiel de tus labios,
nunca antes pronuncié con tantas ganas
las palabras de tu adiós y de mi nueva morada.
Y en el remanso tranquilo de esta nueva morada
descanso mi cuerpo ataviada de sosiego,
me bebo las horas, sumergida en calma
oteando el horizonte que abre la mañana.