La que expiró en las carcias de tus brazos
cuando dos gotas de mis verdes ojos
cautivaron el Jardin de los Hinojos
y el planton de la Mar de los Zargazos.
Al detener mi corazón su marcapasos
en la Tierra del Canto de mi suelo rojo
allí, mis restos yacen y me alojo
esperando la llegada del Ocaso.
Me despedí de Tí, vestida de gala
y el rostro cubieta de una blanca tela
como la dama inmóvil y sin alas.
Desperté en una cósmica copela
orbitando en una Nova a escala
con el Ajustador, en mi citadela.
Claudio