Como no estaba conforme
con el pelo que tenía
alguien me dijo: ¡Hombre!
porqué no te lavas con lejía.
Saqué la testarudez de los Díaz
y por eso hice caso, y me atreví,
y al usar abundante lejía
entonces, comencé a sufrir.
De pronto el pelo se ensortijó,
parecía un colchón dañado
quien me veía, decía ¡Ay Dios!
un loco del manicomio ha escapado.
Al ver el desastre sin precedente
entré en fase de depresión
y entonces me lavé con crema de dientes
siguiendo una nueva recomendación.
Jamás pensé que todo se complicaría
al ver que la cabeza se me agrava
se me cayeron los crespos de lejía
para darle paso a una calva.
Amigo, usted con base cierta,
deme un consejo para tanto trajín,
dígame al menos donde hay ofertas,
para comprar barato un peluquín.
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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