Camino de soledad, silencio y sabor a muerte
Envuelto en medio de una perturbadora soledad que no demandé, que me amarga y que no puedo soportar, que llegó porque si, un día en que sosegado caminaba y caí y me encontré de cara al piso, de donde me recogió la soledad y se hizo mi dueña, me cubrió con sus fríos brazos, me cambió el nombre sin yo darle permiso y me impuso como apodo, mendigo del afecto, desde ese mismo día, cada noche medito entre las flores negras de los martirios, mientras me grita el silencio y se revientan mis tímpanos, se vacían mis venas y solo logro escuchar el total y cruel mutismo como una injusta sentencia.
Llega la pesada cortina de la noche en medio del estridente tic tac de reloj que me atormenta. pesan las horas, el suicidio de los minutos, que los veo morir a mi lado como si nada fuera cierto, como si la vida fuese un eterno concierto de lamentos y yo fuera el único testigo de su mudo y eterno concierto.
El silencio me nombra, me reclama, no quiero responder pero él ya sabe que es mi dueño y me tortura con sus labios secos, llenos de vacío, de un ministerio que pocos conocen y que a veces yo tampoco entiendo, pero es un secreto de voces que me nombran como se llama a un amigo, como si fuera yo su destino, reconozco esas perversas voces que no me dicen nada, pero me hieren con sabor a muerte.