Hablábamos como quien se embriaga de su propia soledad.
El sol se ponía a lo lejos, los trenes se paraban, las hormigas fornicaban en un descanso prohibido y eterno y la lluvia podía volver hacia arriba.
Las lágrimas nos alimentaban pues nos sabíamos finitos, transparentes, salados y de cristal.
¿Era tu abrazo lo que busqué tantas veces? ¿Era acaso tu olor metálico de llaves y prisa?
Cuando te miraba, lo indescriptible se hacía tan luminoso, tan suave, tan real.
Y cuando vuelvo a mirar ese paisaje de fantasía, el brillo de roca de tus ojos se imprime en los míos.
Y cuando resuena en mis labios ese canto de certezas, te adivino en cada canción, escondido tras los acordes de cualquier guitarra adolescentes.
Y cuando siento tu abrazo con la magia de lo que no existe, con tus alas de coral y panal de abeja, el alma se me araña y grita.