La herencia
Yo soy el hombre que se afeita la corbata,
que se abotona la sonrisa, que se peina
los sueños cada día tras un timbre.
Que escucha y obedece, que ejecuta
sus órdenes, sus actos, sus costumbres
tal cual millones de otros en la esfera,
tal cual alguno más que no lo sabe.
No pido recompensa en mis rutinas,
mis lealtades no son más que las del lodo
pegado a mi zapato y mi camisa,
que luego el sol reseca hasta que cae
ya vuelto polvo, tierra, cenizas de un secreto.
No son más conclusiones las que cargo
que hacerme de un lugar bajo los techos,
de un sitio en que dormir, de un simple cuerpo
en que el calor guardar y las semillas de la especie.
En vano tropecé con religiones,
con guerras, con conquistas, con exilios,
con cuadros de un pintor desesperado,
con letras de algún blue que se diluye,
la nada me enseñó que somos nada,
nada que hacer salvo crecer, salvo latir, salvo morirnos,
y al centro un esternón que sube y baja,
un hálito crucial que a veces falta
cuando hay más días en el mes que en qué ocuparlos,
más noches en la piel que la erección que raudo acaba,
más dudas en la voz que las que el trago aturde o salda.
No es cosa de creer que estoy cansado o tengo miedo,
no es cosa de pensar que en algo pienso,
me vine a la ciudad desde aquel vientre,
me dieron la ilusión de que no sueñe
y erguí mi porvenir sin más promesas
que un día no dejar ni mi sombrero en algún parque,
ni mi nombre en esa boca, ni mis años
en este mundo que me juzga incomprensible.
Otro vendrá, yo lo aseguro, hasta mi puesto,
no nos veremos ni la sombra ni los ojos,
será su luz la de esas tardes que aparecen
cuando no queda más que hacer que repetirse,
que sepultarse en el verdor de un cementerio,
que echar al sobre aquella flor que un día viste
en las hendijas de un balcón o en una calle.
Ya muerto, bien lo sé, del sobre triste,
la flor se esparcirá con sus semillas,
alguna se atará a algún hueso inerte
y un nuevo ciclo hará desde mi polvo,
desde la soledad de mi sepulcro,
quizás vea la luz que yo no he visto,
quizá respire el aire al que me niego
y beba en la humedad tras de la lluvia
aquel sabor que en mi nadie o, bien, pocos han dejado.
Bendito aquel, cual yo, que allí la arranque,
entonces yo sabré que en vano vivo,
pero que muerto al fin, alguna flor dejé a este mundo.
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12 05 13