Rorschach

Tarde en la Recoleta

   Nos acostamos en los pastos; el sol acariciaba nuestros cuerpos. Nos encontramos y nos perdimos en un mar de besos. Nuestros corazones saltaban al son de nuestro deseo. Nos enredamos en abrazos; tiernos, pero ineficaces. Nuestros cuerpos eran como uno, y no pude evitar abrazarla más fuerte aún; la quería más cerca, quería más de sus besos. La caricias aparecieron; eran un cumplido a su bello cuerpo.

   No escapaba a mi conocimiento el hecho de que ya nos encontrábamos en otro lugar; nos habíamos acostamos en el parque, pero sus sensaciones habían desaparecido: sus aromas, los sonidos, incluso la sensación del sol en la espalda, todo se había ido, solo quedamos ella y yo, acostados, juntos, perdidos en nuestros brazos, desesperados por esos besos tan dulces como la miel más pura.

   Yo quería más. Deseaba más; la deseaba tanto. Perdido en un remolino de sensaciones, caí víctima de mi propio instinto. Sus labios bailaban con los míos, y permanecíamos en el suelo cuando comencé; ella lo supo de inmediato. Me abrazó fuerte, como si nada más en el mundo importase. No éramos más que dos nenes, perdidos el uno por el otro, disfrutando de aquella dicha que es el amor inocente y apasionado; joven, en otras palabras.

   Su vientre no tenía que envidiar al de una escultura griega. Aquel santuario permanecía inmaculado. Su piel era tan suave, y sensible a mis caricias; comenzó a besarme más lentamente. Estaba intrigada; cedió a la intimidad como una amante tímida y cariñosa. <<Te amo>> le dije al oído. <<Y yo a vos>> contestó ella. Nuestros labios se unieron de nuevo. Yo continué lentamente. Finalmente, llegué. Me hallaba ante las puertas del cielo; decidí entrar. Dios, era la voz de un ángel la que escuchaba, y su respiración la que sentía en mi oreja. Nunca había oído yo un sonido más puro y hermoso, ni había probado besos más sinceros en mi vida. Su respiración se volvió más pausada, más tenue. Sus besos la delataban; delataban lo que sentía; hacia donde iba.

   Hermosa criatura; naturalmente bella, delicada y tímida. Caí rendido ante ella al escuchar su dulce voz en mi oído. Su respiración; su cadencia me hipnotizaba. Estaba cerca. Su cuerpo se tensó y me abrazó muy fuerte. Los sonidos que salían de su boca cautivaban mi corazón; sentía su cuerpo alcanzando el éxtasis y como comenzaba a acelerarse su respiración. Tan sólo un breve momento de tensión más; sus brazos me sometieron a ella, y luego lo oí, el sonido más dulce y tierno en todo el mundo. El éxtasis, el placer compartido y los sentimientos encontrados alcanzaron el punto más alto. Y, de pronto, sólo hubo silencio. Había llegado. Su respiración se detuvo, su cuerpo temblaba incapaz de controlarse. Dulce criatura que yacía en mis brazos en brazos una tarde de otoño; su espíritu había sido liberado. Y luego, el cielo era nuestro; mío y de ella. Magia; magia pura.