Era una hermosa mañana,
brillaba el sol en el cielo;
y ante mis ojos serenos,
¡cayó de repente el velo!
Allí, misteriosa y sublime,
surgió majestuosa y bella;
la criatura más excelsa,
¡la más preciosa doncella!
Eran sus ojos el cielo,
era su boca de fuego;
y en su caminar andariego,
¡cual palmera bajo el viento!
Su cabello de azabache,
dentadura de marfil;
y su cuerpo de Afrodita,
¡encendido cual candil!
Así la había soñado,
y en mis delirios la vi;
pero ahora, allí estaba,
¡y era sólo para mí!