(juegos de palabras de nuestra lengua)
Qué “desaboría” eres, hija mía!
No heredaste el “gracejo” de tu abuela
ni lo “campechano” de tu padre.
Vas por la vida como una “pánfila”
con una “pachorra” que avergüenza a tu madre,
y siempre tan “pelá” que me tienes falta de letras.
¿No ves que pareces una “pringá”
que dice “chorradas” como una “colocá”?
Eres una “petarda” con cabeza de “chorlito”
que se repite más que la “carraspera”;
siempre “birlando” lo de otros como un “chorizo”,
hasta que te halles en medio de un “rifirrafe”
y de una “torta” te saquen una muela, por “gafe”.
Eres, en el fondo y en la superficie,
un “chinche” que pica i repica
hasta que alguien te deje “achicharrá”
por “pelma”, “mormo” o por “desquite”.
Ay, hija mía!. Eres como un diccionario
escrito por un cienpiés;
cada vez que hablas “metes la pata”
y yo tengo que ir detrás corrigiendo tu “traspiés”,
excusándote, defendiéndote, “dando la lata”.
Y, a pesar de todo, eres mi hija, aunque “díscola”,
y te quiero, lengua mía,
aunque hagas que el Quijote de Cervantes se “parta de risa”,
y la Real Academia llore de pena.
Eres mi lengua, la de la calle,
la que pervive a las leyes y a las normas
porque nace y crece de la misma vida,
juguetona, desenfadada, a veces “estrafalaria”,
a pesar de los contratiempos, vientos o mareas.
¿Qué más da que uno “joda” al vecino
y que un “manazas” vaya y el bolso te “coja”,
si unos “cogen” el bus, que es más grande,
y otros lo “toman” como si fuera un wiskhy
y el de más allá lo “agarre”, cual barca en el “amarre”?
A pesar de todo, español, o castellano mío, como prefieras,
nos entendemos y nos queremos
ya con palabras, ya con silencios,
ya sea aquí o allende los mares.