(frente a un escaparate)
Un aire fresco acuchillaba mi rostro
vagando por las calles de un lado a otro,
esquivando gente envueltas en bufandas
dejando al descubierto sólo los ojos.
Sólo alzaba la cabeza para no tropezar
o para, de una calle a otra, cruzar,
sin rumbo fijo, diambulando solo
quizá esperando, sólo quizá, un encuentro
fortuito de alguien con quien conversar.
Me detuve frente a un escaparate,
sin fijarme que era ropa de mujer ¡qué disparate!
si no tengo a quien regalar un vestido
ni tan siquiera con quien atreverme a soñar.
Así, absorto, sin mirar, sin ver,
Noté que junto a mí se empañaba el cristal.
No giré la cabeza para mirar la presencia
Pero vi su reflejo, como en un espejo.
Estaba sonrojada por el frío
y su respirar emitía un caluroso aliento
que me recordaba el momento previo a un beso.
Y sin pretenderlo, dije: ¿hermosos, verdad?
Una sonrisa pícara se dibujó en el cristal
mientras decía sí con esa voz
que resonó en mí como una melodía.
No sé qué escoger para mi esposa, mentí,
a lo que ella respondió: afortunada ella.
Pero no acabo de decidirme. ¿qué me aconsejas?
No sé cómo es ella, respondió divertida.
Parecida a ti dije evitando ruborizarme.
Yo me pondría éste, el violeta, para una noche de fiesta.
Es elegante, dicreto pero atrayente…
seguro que al mirarse al espejo se verá bella
y robará miradas de envidia y deseo.
Mi corazón parecía salirse del pecho
ante tan fortuito y agradable encuentro.
Creo que sí, le regalaré éste.
Te agradezco el consejo.
Luego, como una estrella fugaz, se despidió
Girando la cabeza y diciendo:
Le gustará ¡tenlo por cierto!
La vi alejándose, dándome la espalda
Y, sí, compré el vestido.
¿Para quién? me dije.
Mi corazón no dudó en decirme: para ella.
¿Pero cuándo volveré a tener ese encuentro
viendo su rostro reflejado en el escaparate, cual espejo?
Quizá sea ella, otro día,
quien me encuentre absorto frente al cristal
del mismo escaparate, en la misma calle,
y pueda regalarle ese vestido que a ella le gusto,
ese, de color violeta.