Hasta que mi alma nació del barro deshabitado,
el mundo fue un blanco desierto,
el aire su soledad navegó inmutable,
anduvo el eco entre pueblos subterráneos.
El fuego su raíz mantuvo hibernada.
Noche a noche una errante estrella caía al océano
de nieblas y espacio. Columnas de arena
alzaron muchos templos que la gloria olvidó .
Hasta que mi alma aferró tu estirpe de tormentas,
el bosque del tiempo su eternidad deshojó.
La lanza inmemorial derrotó la sangre
que del hielo y la lava obligada emergía.
¡Ah…! Por fin nací a tu lado, todo nació de nuevo.
Fue ceremonia la nuestra que invocó
las eras precursoras, hasta descifrar en nosotros
el agua iluminada y descendencia errante.
Hasta que en nosotros dos el cielo oscuro
rasgó la luz de varias vidas, fuimos una cadena
que sujetó el horizonte de toda la dicha;
pobres esclavos que, condenados, persistieron.