Una canción para mañana
Alcance a cada boca el pan que corresponde,
el agua a cada sed, la sed a cada inquieto
y en nada se parezca la existencia a un arrastrarse.
Oruga soy, lo sé, pero mi vuelo,
no depende de sedas imperiales,
no requiere la flor de los duraznos
nace y palpita en el simplísimo donaire,
en la sola verdad de ser eternos cada día.
Por eso al porvenir le ato mis alas,
al viejo ayer le doy su pan con vino
y al rápido presente lo atesoro
con besos que se van pues así crecen,
con actos que me forjan como el viento atrapa sueños.
No tiene más razón la vida que encontrarnos,
que hablar de ser felices y serlo hasta en silencio,
ello pese a las horas de duelo o de maltrato,
a la típica injusticia del que es nada porque usurpa,
a la grave negación del que le teme a su sonrisa.
Así pues levantemos la mirada hacia el hermano,
al fruto en cada pie, al habitante
que el cielo levantó y aquellas torres que lo buscan,
erradas, misteriosas, llenas de túneles y escalas,
de ángeles separados por la propia insana pena,
de hombres y mujeres que merecen la alegría,
de niños que jamás han de olvidar que somos niños.
Se aleje el mercader, salvo que venga a darlo todo,
se aleje el magistrado, salvo que dicte un mundo libre
y el rico que se aleje, pues sus arcas pesan mucho
como para que por él perdamos rumbo a nuestra fiesta.
Aún así merezca cada uno su esperanza,
su estrella en la cintura, su sandalia en el humilde
andar sobre las costas de la vida y en el justo
instante de ir descalzos con la muerte y su horizonte.
Mi abrazo yo te doy, seas o no mi conocido,
la tierra nos dará una misma mesa en la hora mutua,
feliz yo esperaré por el salón de aquel encuentro,
feliz digo otra vez que aquí florezca el hombre nuevo.
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21 05 13