Tengo el dolor fundido en reflejos
en los filos de la piel desgastada.
Los vidrios –espías de todo tiempo-
manifiestan ayes, y advierten cada mañana
de combates infructuosos contra las soledades.
No recuerdo cómo ni cuándo asumí
la manzana corruptible de la vida;
solo sé del registro de esta marea de años
y el asomo de instancias
me doblegan en la piel.
Soy un cúmulo de rotos desafueros
un desgrane de estrellas palpitantes
esparcidas por entre fauces volátiles,
cascadas de ansias vertidas hasta el suelo.
Veo mis ansias, admiro las perlas que me nacen del entorno;
pero torno a ser el ojo del águila enfocado en la presa,
desmembrándola con pico y vuelo;
me defino, a veces, famélicamente nostálgico
y esgrimo la alegría para reanimarme,
sin conseguirlo por mucho tiempo.
Elijo acciones superfluas como dormir
para acabar con las lágrimas
soñar para engañar la espera
sufrir para calmar la añoranza
y otras menos viles, más angelicales,
como viajar de pie en los transportes
para darte –hermosa- la primicia del aliento,
mirarte de tarde y mañana desplegar
conmigo las cortinas del ensueño,
entusiasmarnos de pasión,
alojar un grito en tus entrañas…
II
Viajo por estructuras ajenas y encuentro algún hueco en la superficie,
columnas olvidadas, pasillos sucios, tejados rotos, …
“¡Qué importa! -me digo-, ¿para qué ser tan duro?”
Me quedo con el sentimiento de la casa bien construida.
A veces, claro, topo con castillos finamente elaborados
con ogros dentro, amigables con las gentes,
y hasta con duendecillos traviesos en el jardín…
y desde luego con gente bien noble
que habita tristezas y olvidos
como forma de colmar sus ansias.
Con todo,
he anochecido alguna vez sin atardecer y sin cortinas
he habitado calles desoladas y he despertado
sin un amanecer porque me has negado tu mirada;
con todo,
continúa este conjunto de espías señalándome los años
y esta cascada de estrellas desgranadas,
rotos desafueros, cayéndome en la espalda;
con todo,
me quedo con la promesa de una vida mejor,
y cambio todo por esa esperanza.