Y el tiempo pasa, como pasa la desolación
de los atribulados, de los sedientos de rosas.
Los cánticos no son los mismos, no hay alegrías
en las ruinas y en los castillos grises de mi memoria.
Me cuesta llegar a sabio, estoy limitado entre
los muros de mis desencantos y mis tardías agonías.
Mísero de mí, que bebo las alegrías con el ansia
de un afiebrado moribundo en el desierto.
Es que el tiempo me ha alcanzado y me hallo
retrocediendo hacia mi segunda muerte, tan trágica
tan cómica, desnaturalizada, tan melancólica y desprovista
del encanto de las tardes y los ventisqueros sin sol.