Aquí esta, al frente mío. Aún su presencia se me hace incómoda, no conozco su nombre y aun así, nunca se separa de mí, tan sólo se me es posible observarle en momentos y lugares específicos, y a pesar de no verlo todo el tiempo, estoy seguro que nunca me abandona, que nunca ha estado lejos de mí. Una sensación fría recorre mi cuerpo cada vez que se presenta, así como el silencio conquista todas las esquinas de aquella habitación donde éste habita. No logro reconocerle, aún no entiendo por qué está acá, su aspecto me dice que ha vivido ya más de 70 años y que su cuerpo pide a gritos un descanso, cuya duración sea eterna.
No logro reconocerle, pero aun así, algo me dice que es mi deber hacerlo. Llevamos una hora. Hora en la que nuestras bocas no han realizado ni un sólo movimiento. Una guerra de miradas llena de tensión la habitación, en su cara desgastada se nota que también siente intriga sobre quién es el tipo que todos los días, a la misma hora, ha de encontrarse.
Siento ya una sensación de asco y odio hacia aquel desconocido, cuya imagen me es tan desagradable como el olor de este lugar. Por mi cabeza corren pensamientos como el por qué no partir sin ninguna explicación, por qué no abandonar a este ser y nunca más volver a este lugar donde seguramente, volveremos a encontrarnos. He llegado a tal extremo de desesperación y locura, que por mi mente, rápida pero claramente, se cruza la idea del por qué no acabar con la vida y sufrimiento de él. A leguas se podría reconocer que la muerte de una persona como esta, no le causaría impresión ni angustia a nadie, he llegado a pensar que le estaría haciendo un favor si acabase con lo que este hombre se atreve a llamar vida.
No creo poder soportar más, mi mente ya ha recorrido cada uno de mis recuerdos buscando alguna similitud, una pista que me ayude a reconocer a este hombre, si es que se le debería llamar así. A pesar de su edad, no demuestra síntomas de querer partir, hasta que yo sea el encargado de dar el primer paso y salir huyendo, idea que no he querido descartar aún.
No logro esperar un segundo más, mi mente está en blanco, ya no razona, soy un ser de instintos. Decido levantarme y él también lo hace, tomando posición de ataque. La furia me invade y segundos antes de que nuestros nudillos chocaran, una mano se apoya en mi hombro, acompañada por una voz ronca. Pude reconocer que se trataba de una mujer mayor, sorpresivamente la voz iba dirigida a mí y lo que se escuchó fue:
-Querido, te has pasado todo el día mirando el espejo, es hora de dormir, anda.