¡Por Dios que eres asombroso!
Tesoro de caridad
y de sensibilidad,
solícito y afectuoso.
Y no es un elogio mío,
sino del que te conoce a fondo,
del que, invisible, penetra
tu alma hasta donde ningún otro.
¡Sí, eres maravilloso!
Un compendio de virtudes.
Digno es de mil gratitudes
tu espíritu generoso.
Yo no presentía en ti,
¡ciego!, tanta belleza por dentro,
hasta que me envió su luz
el que ve tu corazón abierto.
¡A fe que eres prodigioso!
Un dechado de honradez,
de pureza y sencillez,
servicial y bondadoso.
Bien me duele no haber dado
mucho antes su justo valor
a los pequeños detalles
que tú envolvías de tanto amor.
¡Y es que eres portentoso!
Suma de delicadeza,
cálida naturaleza:
siempre atento y respetuoso.