Sentí cómo le quebré hasta los huesos, uno por uno…
crujían en mis manos y yo apretaba, hablaba…
Me sinceraba en sus venas y la vida se me iba con la voz, junto con ella:
volando y corriendo con moretones, desenredándose de mí, de mis muñecas.
Desesperada, asustada, despertando, iba sangrando hasta por los ojos,
¡implorándole un poco de aire a Dios y abriéndose la garganta con las manos!,
gritando y sudando hielo…
Muriendo… La dejé muriendo.